¿Pospones la realización de actividades o labores?, ¿dejas la mayoría de las cosas para después?, ¿retrasas entregas de tareas? o ¿aplazas atender asuntos importantes? Si las respuestas fueron afirmativas, es posible que estés procrastinando. La procrastinación es la tendencia a posponer o retrasar tareas o actividades que se deben hacer, en favor de otras de menor importancia o cambiándolas por actividades de distracción. Esta tendencia puede aparecer en uno o diferentes contextos, como el ámbito laboral, académico, social o en la vida cotidiana en general.

¿Pero porqué se procrastina? Cuando se cuestiona sobre la tendencia de postergación, pueden aparecer respuestas inmediatas y quizá superficiales que den solamente una justificación vaga de los actos, mayormente sin dar una argumentación sustentada en la reflexión de las propias conductas, y por ello, sin conciencia del motivo real. Se puede pretextar que “se trabaja mejor bajo presión”, o que “así siempre se ha conducido” (como si se tratara de un hábito) e incluso que es “por mera distracción”. Dichas respuestas solo sirven para no atender las verdaderas razones que mantienen la procrastinación, lo cual lleva a la repetición constante de las conductas postergadoras.

Existen diversas causas o motivos que sustentan la procrastinación, de las cuales se expondrán sólo algunas. El miedo al fracaso, que parte de un desconocimiento de las capacidades del individuo o la desvalorización de éstas, llevan a aplazar la realización de actividades que representen la puesta en práctica de dichas habilidades. Relacionado con lo anterior (aunque también se puede presentar de manera separada), el enojo o la frustración puede generar el abandono de la tarea, debido a que la situación completa (propósito y/o consecuencias) representa la obtención de experiencias desagradables para el sujeto, evitando así lo más posible la labor. Así también, la desmotivación es otra causa al no encontrar sentido o ganancias de cualquier índole a la actividad que se ha de realizar.

Por otro lado, el sentirse saturado genera de manera habitual emociones y sentimientos aversivos, por lo que el impulso de no accionar es un resultado esperado tratando de evitar el consecuente estrés. Además de ello, los pensamientos ilógicos pueden basar la procrastinación, siendo éstos la distorsión cognitiva al creer que la actividad es más compleja de lo que en realidad es; o los rasgos inmaduros de la personalidad al priorizar la satisfacción inmediata de las necesidades a través de conductas impulsivas, problemas para asumir responsabilidades y evitar circunstancias desafiantes.

Al ejecutar conductas de procrastinación, sin importar el motivo de ellas, se obtienen consecuencias indeseables como alejarse de las metas propuestas, aplazar decisiones trascendentes, pérdida de tiempo y oportunidades, afectar la autoestima provocando sentimientos de culpa y la acción de sobrepensar; pues aun cuando también se postergan las sensaciones y percepciones adversas, será sólo momentáneamente, al contrario de las repercusiones. Por lo tanto, se exhorta a aquellas personas que tienden a procrastinar a realizar una reflexión exhaustiva, profunda y detenidamente sobre lo que fundamenta sus postergaciones; en algunas ocasiones en complicado localizar el origen cierto de sus acciones, para lo cual se recomienda acudir al psicólogo, profesional que guiará al individuo en un espacio seguro y empático a realizar una introspección con el fin de solventar el abandono de las tareas y proporcionar herramientas para alcanzar una regulación emocional.

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