Izote, palma o palmito: flor de resistencia hñähñu.

Palmito, palma, palma de monte o palma de cerro e ( izote nombre que google me dio para corroborar que se trataba de la misma planta que vamos a hablar), con sus hojas firmes y su flor blanca que brota entre piedras y sequía, es más que una planta: es un espejo del pueblo hñähñu.Como ellos, crece en tierras duras, sin pedir más que sol y tiempo. Su raíz se aferra y pertenece al suelo seco, como la memoria ancestral ahí está con el tiempo que pasa y que se niega a morir. Su flor blanca, breve y hermosa, es ofrenda del cielo para alimento al cuerpo de la humanidad que aquí habita, símbolo de vida que se comparte, se honra y se recuerda.Palmito, palma, palma de monte o palma de cerro o izote: nace fuerte, austero y noble, el izote es alto, firme, meramente visible y característico, compañero de vida de los antiguos pero también de los presentes. Su resistencia a permanecer a sobrevivir no es sólo física también es cultural. Ha sobrevivido a las estaciones, a los olvidos, al despojo a la destrucción. Así como los hñähñus, que aún hoy siembran, hablan su lengua, narran sus conocimientos, enseñan y curan con hierbas y cocinan flores con la misma sabiduría de los antes pasados.El izote, palma o palmito no se rinde, florece cuando nadie lo espera cuando nadie lo ve, cuando nadie lo observa y al hacerlo, recuerda que la belleza también nace del desierto también nace en el monte, también nace en el cerro y que la raíz más fuerte es la que conoce la sed, y que la identidad florece, incluso en silencio.Su presencia que resiste, aunque ha sido poco a poco desplazado de las mesas, de los campos y de los saberes cotidianos. La modernidad, la migración y el olvido han disminuido su uso, han silenciado su voz en las cocinas y en las manos que solían cosecharlo con cuidado y sin embargo, sigue ahí, firme y visible aun en los bordes del camino, en los linderos de las milpas, en los patios de las casas de adobe, en los montes respetados. Su silueta aún recorta el cielo del Valle del Mezquital como un recordatorio silencioso de lo que fuimos, y de lo que aún somos talvez algunos lo hemos olvidado o ignorado o menospreciado, pero no por la tierra. Su flor blanca aún brota como una ofrenda de resistencia, de resistencia a morir o desaparecer. Su presencia es una señal de que las raíces profundas no desaparecen: resisten, se adaptan, esperan, como el pueblo hñähñu, el izote palma o palmito ha aprendido a vivir entre lo que queda y lo que cambia. Ha sido disminuido, sí, pero no ha sido vencido. Porque toda planta que florece con dignidad en la sequía lleva consigo la historia de un pueblo que nunca se ha rendido.Respeta su presencia, conserva su vida, como al viejo o al anciano, como al sabio que narra desde el silencio, desde sus vivencias que conserva intrínseco y puede notarse con solo observarlo.

Gracias por leer.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *